Un chichón. ¿Qué es un chichón? Dice la gente dela realeza española, los grandes académicos de nuestra lengua, que un chichónes un “bulto que de resultas de un golpe se hace en el cuero de la cabeza”.Para mí los chichones llegan improvistos, en muchos casos por la osadía dequerer realizar algo imposible o simplemente por un descuido. Llegan paraquedarse por un tiempo y recordarte lo distraído que fuiste aquel día. Puesbien, así fue como llegó el teatro a mi vida, no sólo como un chichón llega ala cabeza de un niño sino que, literalmente, me lo presentaron en las salas delTeatro El Chichón.
En mi familia corre la sangre ucevista que llenólos pasillos de la casa que vence las sombras en las décadas de los 80 y 90. Espor esto que, de pequeña, la actividad predilecta los fines de semana erair a ver las obras de teatro para niños que se presentaban, nada más y nadamenos, en los sótanos del Aula Magna de la Universidad Central deVenezuela. Estos espacios subterráneos, con la ayuda de la Dirección de culturade la UCV, se transformaban para dar vida a los personajes más fantásticos y,de la misma manera, darle vida al Teatro El Chichón.
Pues bien, no les mentiré contándoles una ideainventada sobre lo felices que eran mis días de niña en las butacas del teatro.La verdad es que no recuerdo nada, solamente una corta imagen que fue la que mellevó a narrar esta historia y a pensar en la gente de la central.
Me encontraba yo resguardada tras los brazos de mimadre mientras hacíamos una cola en un pasillo. Las paredes de mosaico teníanfigurillas que simulaban acompañar a las personas en el tedioso momento. Estepasillo daba a una plaza enorme, casi tan grande que no lograba ver el final deella. A la derecha de este espacio, un reloj muy alto que buscaba el cielo.Pero este no era un reloj cualquiera, era un conjunto de palitos que se ibanuniendo para formar la estructura más extraña que yo conocía hasta losmomentos.
Básicamente ese es todo el recuerdo. Lo que siguea continuación es una representación bastante extraña que permanentementesiguió llamándome la atención hasta el día de hoy: Walt Disney, o al menos unactor haciendo de él, congelado en un tubo transparente que iba del techo alsuelo y hacía recordar a las películas de astronautas. Algo loco, ¿noles parece? Aunque no es tan loco si lo contextualizamos.
Esa escena, en particular, formaba parte de laobra La Estrella Azul, que fue representada en 1997 en lassalas del Chichón y planteaba una reflexión sobre el legado delpadre de Mickey Mouse. Estas imágenes están en mi cabeza intactas. Noexiste movimiento alguno en ellas, son fotografías almacenadas junto con otromillón de historias. Toda nuestra vida está guardada en pequeños álbumesfotográficos que se ordenan en los pasillos de nuestro cerebro. Muchas veces,esos almacenes se borran, ya sea para dar paso a nuevas colecciones o porquesimplemente pierden importancia. Así perdemos recuerdos, perdemos nuestrahistoria. Lo único que podemos hacer ante esa realidad cambiante, es guardarnuestra propia vida en fotos, y evitar el riesgo de perderla.