miércoles, 1 de febrero de 2012

La piel que habito

Desde que su mujer sufriera quemaduras en todo el cuerpo en un accidente de coche, el Doctor Robert Ledgard, eminente cirujano plástico, se interesa por la creación de una nueva piel con la que hubiera podido salvarla. Doce años después consigue cultivarla en su propio laboratorio, una piel sensible a las caricias, pero una auténtica coraza contra todas las agresiones, tanto externas como internas, de las que es víctima nuestro mayor órgano. Para lograrlo ha utilizado las posibilidades que proporciona la terapia celular.
Además de años de estudio y experimentación, Robert necesitaba una cobaya humana, un cómplice y ningún escrúpulo. Los escrúpulos nunca fueron un problema, no formaban parte de su carácter. Marilia, la mujer que se ocupó de él desde el día que nació, es su cómplice más fiel, nunca le fallará. Y respecto a la cobaya humana…
Al cabo del año desaparecen de sus casas decenas de jóvenes de ambos sexos, en muchos casos por voluntad propia. Uno de estos jóvenes acaba compartiendo con Robert y Marilia la espléndida mansión, El Cigarral. Y lo hace contra su voluntad…

Uno o más chichones

Un chichón. ¿Qué es un chichón? Dice la gente dela realeza española, los grandes académicos de nuestra lengua, que un chichónes un “bulto que de resultas de un golpe se hace en el cuero de la cabeza”.Para mí los chichones llegan improvistos, en muchos casos por la osadía dequerer realizar algo imposible o simplemente por un descuido. Llegan paraquedarse por un tiempo y recordarte lo distraído que fuiste aquel día. Puesbien, así fue como llegó el teatro a mi vida, no sólo como un chichón llega ala cabeza de un niño sino que, literalmente, me lo presentaron en las salas delTeatro El Chichón.

En mi familia corre la sangre ucevista que llenólos pasillos de la casa que vence las sombras en las décadas de los 80 y 90. Espor esto que, de pequeña, la actividad predilecta los fines de semana erair a ver las obras de teatro para niños que se presentaban, nada más y nadamenos, en los sótanos del Aula Magna de la Universidad Central deVenezuela. Estos espacios subterráneos, con la ayuda de la Dirección de culturade la UCV, se transformaban para dar vida a los personajes más fantásticos y,de la misma manera, darle vida al Teatro El Chichón.

Pues bien, no les mentiré contándoles una ideainventada sobre lo felices que eran mis días de niña en las butacas del teatro.La verdad es que no recuerdo nada, solamente una corta imagen que fue la que mellevó a narrar esta historia y a pensar en la gente de la central.

Me encontraba yo resguardada tras los brazos de mimadre mientras hacíamos una cola en un pasillo. Las paredes de mosaico teníanfigurillas que simulaban acompañar a las personas en el tedioso momento. Estepasillo daba a una plaza enorme, casi tan grande que no lograba ver el final deella. A la derecha de este espacio, un reloj muy alto que buscaba el cielo.Pero este no era un reloj cualquiera, era un conjunto de palitos que se ibanuniendo para formar la estructura más extraña que yo conocía hasta losmomentos.

Básicamente ese es todo el recuerdo. Lo que siguea continuación es una representación bastante extraña que permanentementesiguió llamándome la atención hasta el día de hoy: Walt Disney, o al menos unactor haciendo de él, congelado en un tubo transparente que iba del techo alsuelo y hacía recordar a las películas de astronautas. Algo loco, ¿noles parece? Aunque no es tan loco si lo contextualizamos.

Esa escena, en particular, formaba parte de laobra La Estrella Azul, que fue representada en 1997 en lassalas del Chichón y planteaba una reflexión sobre el legado delpadre de Mickey Mouse. Estas imágenes están en mi cabeza intactas. Noexiste movimiento alguno en ellas, son fotografías almacenadas junto con otromillón de historias. Toda nuestra vida está guardada en pequeños álbumesfotográficos que se ordenan en los pasillos de nuestro cerebro. Muchas veces,esos almacenes se borran, ya sea para dar paso a nuevas colecciones o porquesimplemente pierden importancia. Así perdemos recuerdos, perdemos nuestrahistoria. Lo único que podemos hacer ante esa realidad cambiante, es guardarnuestra propia vida en fotos, y evitar el riesgo de perderla.

Mi Regalo

Y sonó el timbre.


¡Qué momento tan inoportuno para llamar a la puerta! No importa, debe de ser el cartero, el que trae la leche o los niños de la vecina que miran siempre por mi ventana cuando salgo de la ducha.


Suena de nuevo el timbre.


Imbéciles. Todos son unos imbéciles.


Vuelve a sonar.


Pero, ¿quién soy yo para privarles del placer de observarme? Pobres, jamás lograrán tener más que pensamientos eróticos conmigo.


Suena de nuevo.


¡No puede ser! ¿Tengo que hacer todo yo en esta casa? Seguro es Juan, tan tonto como siempre. No me puede ver, porque enseguida hace lo de siempre: agacha la cabeza, aprieta las manos y habla entre dientes. No podía ser más molesto. Siempre, siempre, siempre desde pequeño ha sido todo igual. En el preescolar, mi miraba y se escondía. En la primaria lo mismo. ¿Será que tiene problemas?


¡Ja! Efectivamente, míralo ahí en la puerta. Arreglándose el cabello, ajustando su camisa y parándose derecho. Algunas veces me da pena. Algunas veces todos me dan pena. No me queda más remedio, siempre soy la martirizada en esta sucia casa. Le abrí la puerta, con una enorme sonrisa y mi bata de dormir pequeñita, porque tiene que ser pequeñita, le pregunté:


– ¿Qué vienes a hacer aquí?


De nuevo sin ninguna respuesta. Siempre tan callado. ¡Ay Juanito, Juanito! Me da hasta lástima verlo así.


– Pasa –, si no habla, no me queda de otra ¿no?


Hace lo mismo de siempre. La misma rutina, la misma estúpida rutina. Pasa, observa la casa, como si nunca la hubiera visto, se queda mirando fijamente el reloj de piso de mi padre y va al sillón que está al lado de la ventana. Yo, en cambio, siempre hago algo distinto. Voy bailando hasta la sala, dando pequeños brincos para ver su cara de tonto por el espejo; pongo un disco en la tocata, vaya forma de nombrarlo ¿no?... y me siento con mucha gracia, una gracia y sensualidad que solo podrías imaginar dentro de un cabaret francés.


Y ahí está, tonto y con la mirada fija puesta en mí. Al principio me incomodaba, pero ¡Bah, que va! A este pobre crío solo le queda eso; si ni siquiera puede hablarme. De repente, como si me lo hubiera dicho desde algún lado, como si lo hubiera dicho un ángel, y mira que existen los ángeles, las brujas, los duendes… Todo eso existe, yo lo sé; abrió su gran bocota:


– Oye – me dijo –. Oye Julia, ¿qué tal te trae Carlos?


Y aquí vamos de nuevo:


– ¿Carlos?


– Sí, Carlos.


Ya estoy cansada de que siempre que me hable, siempre que lo hace, tiene que nombrar a ese Carlos. Otro de mis babosos, tiene cierto aire de sexualidad; pero al fin y al cabo, otro baboso más al que nunca le prestaré atención. No entienden que a ellos jamás les prestaré atención.


¿Será que a Juan le gusta Carlos? Debe ser, jamás habla de mí. No es que me interese, de verdad no me interesa, pero sería agradable que este imbécil que debo tratar bien, también botara su asquerosa baba por mí.


Silencio. Es lo único que sabe hacer. Silencio. Bueno, no me queda más que deshacerme de él; no puedo estar pendiente de un loco el día antes de mi cumpleaños.


Si vieras el vestido que me compré, es hermoso, chiquito y muy sexy. Espero que Elena se voltee a mirarme. Solo lo hago por ella. Solo por ella camino así, me visto así, me siento así. Pero ella no sabe de mí, no quiere saber de mí. Sé que siente lo mismo que yo, sé que ve mis labios y los desea tanto como yo deseo los de ella. Pero siempre ocurre lo mismo, siempre hay alguien que no quiere dejarme ser feliz. Padres, siempre buscan un motivo para arruinar mi vida…


No soporto este silencio:


– ¿Quieres Coca Cola? – tengo que hablarle de algo, si no me quedaré como él.


– Te he preguntado por Carlos.


Y de nuevo, volvimos al mismo tema. Carlos. Él me habla y yo solo respondo como un robot. Es divertido hacerle enojar. Piensa que respondo como una niña tonta porque no entiendo de qué habla, pero no se da cuenta, nadie se da cuenta, que no quiero hablar con ellos, solo con Elena. Si la vieras caminar, si vieras como se mueve, como brillan sus ojos durante el día. Es hermosa, simplemente hermosa.


Este tonto me sigue hablando. Las palabras salen de mi boca, pero en verdad no tengo idea de lo que digo. Sé que le hablé de mi vestido, como si a él le importara eso; y peor aún, como si a mí me importara su opinión. Solo me importa la de Elena. Intenta decirme algo sobre un regalo especial, sobre una reunión en la fuente de soda. Siempre intenta decirme algo, pero jamás logra decirme nada.


Bueno, no me quedó más remedio que aceptar esa famosa “cita” para mañana. Igual, no tengo mayor cosa que hacer.


Llegó el día. Hoy tengo tantas cosas que hacer: ir de compras, ir a la peluquería; pero lo más importante es que voy a decirle a Elena todo lo que siento por ella. Sé que me corresponderá, nadie es capaz de decirme que no.


Camino a su casa, me empiezan a temblar las manos, qué tonta soy. Llamo a su puerta y cuando va a abrir siento un montón de mariposas en mi estómago. Me quedo aterrada, sin poder decir nada. Ahí está ella, con una bata pequeña, como la que yo uso cuando viene Juanito; con una enorme sonrisa, como la que yo siempre tengo cuando viene Juanito; me invita a pasar y empiezo a deambular por la sala, miro fijamente una escultura de su madre, la misma que siempre he mirado desde pequeña, dejo de mirarla y me acerco al sofá que está al lado de la venta para sentarme sin decir una sola palabra.


Ahí está ella, con una norme sonrisa sentada frente de mí, con esa mirada que se siente como una mano que tapa mi boca, cierra mis labios poco a poco y susurra las palabras más románticas a mí oído. Sí, es exactamente así como se siente. Reúno fuerzas y le digo:


– ­Sabes que hoy es mi cumpleaños ¿no?


– Sí mi niña ­ – me dijo de forma muy dulce.


Me enamora siempre que me dice mi niña. Sé que estamos destinadas a estar juntas. Solo nosotras podemos hacernos totalmente felices. Recojo fuerzas nuevamente y le digo:


– Sabes que estás invitada ¿cierto?


– Si mi niña ­­ – y me vuelve a derretir.


– En verdad Elena, he venido esta tarde a confesarte algo. Siempre te he visto como algo más que una amiga… ¿entiendes?


– Sí mi niña ­– me vuelve a derretir con esas palabritas.


– La verdad es que tú me gustas. Te veo todos los días y siento más y más deseos de besarte…


– ¡¿Besarme!? – me preguntó asombrada.


– … sí, de besarte. ¿No sientes lo mismo por mí? ­– pregunté con la voz temblorosa y mis manos gélidas.


– ¡NO! ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Cómo pudiste siquiera imaginar que me ibas a gustar tú? ¿No estás cansada de verme con mi novio? ¿No estás cansada de verme abrazada con él? ¿No ves que estuvimos juntos en la inauguración de “Crema Paraíso” en Santa Mónica?


– Pero… ¿y las miradas, los abrazos, los cariños?


– ¡Son solo juegos estúpidos Julia! Es simple cariño de amigas. Por favor, lárgate de mi casa y no vuelvas a venir, no vuelvas a buscarme ni vuelvas a hablarme en toda tu vida…


– Pero… ­– le dije con lágrimas en los ojos.


– ¡Pero nada! ¡Lárgate ya!


El golpe tan estruendoso que dejó la puerta tras ese grito, se compaginó con el crujir de los pedazos de mi corazón que caían poco a poco en el áspero suelo. ¿Qué salió mal? Estoy segura que ella siente lo mismo que yo por ella. Pero, me dijo de todo. Siento que el mundo se cae, siento que el mundo ya no vale más la pena.


Al demonio con Juan. Que se coma su estúpido regalo. Al demonio con mi cumpleaños, si no puedo tener todo lo que deseé en esta vida, no vale la pena celebrar nada. En verdad no quisiera tener más nada que a Elena. No vale la pena seguir viviendo si ella no quiere estar junto a mí. Solo ella podía hacerme feliz.


Adiós mundo imbécil, adiós mundo banal. Me cansé de tener todo en la vida y al final no tener nada. Lo di todo por ti Elena: mi alma, mi cuerpo y hasta mi ser; y aquí me tienes, llorando frente a tu casa, arrodillada implorando por tu amor. Eres igual a ellos, todo ser humano es igual a tí. Traicionera, imbécil y mimada; ya sin ti n
o voy a poder vivir.

Terminas siendo un número

Son las 11:02 pm y me dispongo a escribir algo en mi blog. Desde el momento en que decidí abrir esta pequeña página, quise darle un toque personal: un poco de música, un fondo obscuro que hiciera un buen contraste con la seriedad de mis escritos. Considero que, de por sí, estos son un poco agresivos y establecen una crítica social bastante cruda, pero al fin y al cabo, esa es la idea de la realidad en la que nos encontramos sumergidos.


No sé que pensará toda aquella persona que lea este escrito, pero por lo menos yo, estoy más que agotado de vivir en un lugar donde la vida de un ser humano vale menos de 1.400 Bs (cálculo aproximado de uno de los Blackberrys más económicos), y aún así el precio de una botella de agua potable es dos veces mayor al precio de una cerveza. Por eso, por esta pequeña reflexión, es que somos lo que somos.


No es fácil sentarse cada mañana a ver las noticias en la TV, en las redes sociales o en algún periódico y sentir que la vida en este país - o lo que queda de él -, se va consumiendo como una bolsa de yesca en la mitad del mismísimo infierno.


Con cada noticia, con cada asesinato, con cada lágrima derramada por esa madre que perdió a su hijo, me dispongo a "afrontar" esta enorme e intrincada problemática.


Hace algunos meses me detuve a pensar, al igual que con el resto de mis escritos, a tratar de canalizar como todo esto se ha convertido en el pan de cada día, y solo pude encontrar una respuesta medianamente lógica: esta sociedad se fue a la gran mierda.


Desde los ricos, que van comiendo con sus cucharas de plata lonjas de oro rebosadas en un poco de salsa "diamantesca", hasta el más pobre que se contenta cuando puede lamer un poco de ketchup que quedó en la Cajita Feliz que está en la pila de basura.


Pero hoy, este simple escrito va dirigido a lo que sobró de la sociedad, a todo aquello que se quiso botar desde hace mucho tiempo, o como dice Alejandro Moreno en su libro Y salimos a matar gente: "... aquellas partes de la pieza de mármol que se pulen, tallan, quitan y rompen para tratar de crear una escultura a la que llamamos sociedad...". Con todo esto no hago más que una referencia a los delincuentes, a todos aquellos malandros o basura que terminan de hundir a una sociedad que, ya de por si, está en decadencia.


A estos pequeños pedazos de materia inerte, los dividí - o al menos traté de hacerlo - en tres pequeños grupos: los que roban por necesidad, los que roban por aparentar y los que roban por placer.


Los primeros son los que han existido desde que el hombre tiene uso de razón. Son todos aquellos a los cuales la sociedad los echó a un lado, como una bestia con la peor de las pestes, y jamás se dispuso a observarlos. Todos ellos roban al portugués de la esquina un pedazo de pan o asaltan a aquel que tiene la gran camioneta y que siempre tiene efectivo consigo. Roban porque es la única manera en que creen poder subsistir.


La clasificación se complica con los que están de segundo y tercer puesto. Se quiere aclarar que, solo porque estén debajo de los que roban por necesidad, no implica que estos sean peores o mejores, desde mi punto de vista, siguen siendo la misma escoria.


Tanto el segundo como el tercero de esta clasificación tienen algo en común: a ninguno de los miembros pertenecientes a estos clanes les temblará el pulso al momento de asesinar. Los segundos, los que roban para aparentar, que es lo más común en estos días, suelen arrebatar teléfonos móviles de 4ta generación - si es anterior a esta lo miran con desprecio -, Ipods - cualquier otro dispositivo de música portátil que posea la víctima puede ser considerado una ofensa para estos "seres" y ser merecedora de una bella y reluciente bala - y otras cosas tan inútiles y tan banales que en verdad, no vale la pena nombrar.


El problema aumenta cuando la víctima no posee un equipo de los que menciono anteriormente, o, tan sencillo, se niega a darlo de buenas a primeras porque le requirió mucho esfuerzo conseguirlo, porque puede llegar a conocer y sentir la desesperación del asocial; algunas veces, como mencioné anteriormente, puede sentirlo con una bala en el medio de las cejas.


Y, de este brote de anarquía y de la perdida total del clamor por la vida humana, surge nuestra última miasma. Me refiero al que roba y mata por el divino sentimiento de placer. No necesita mayor descripción, es el "típico" sicario, el único que disfruta con el simple hecho de arrebatarle la vida a alguien, no por necesidad, no por cubrir una maldita apariencia, si no por el placer, por el más asqueroso y vil de los "placeres". Terminarás siendo un número más en su lista.


Con todo lo que escribí anteriormente no quiero alertarte ni asustarte, aunque, para ser francos, si en estos últimos años no te has sentido así, deberías reconsiderar la forma en que ves a tu país. Solo trato de hacerte entender que este "país" ya no es un cuento de hadas, si es que alguna vez lo fue, porque, en verdad, esto se convirtió en una pesadilla que hasta el mismísimo Freddy Kruger temería.


En verdad, este escrito solo lleva como mensaje final una palabra: precaución. Deja de ser ostentoso ante los demás, porque de nada sirve nacer en una cuna de oro cuando tu ataúd de madera estará bañado de balas y dolor.

Una cuota de poder

“Ningún militar golpista de izquierda o de derecha debe ser electo como presidente de su país…”, afirmó Rafael Osío Cabrices, mientras se realizaba un conversatorio en el auditorio Hermano Lanz de la Ucab el día 04 de mayo, donde el público presente podría plantearle dudas al invitado de esa tarde.
Lamentablemente, la frase que se señala al inicio del escrito, es una de las pocas cosas que pueden ser recogidas de este foro y tal vez, llegar a ser analizadas. Durante la hora y media que duró el mencionado evento, Osío mantenía una oratoria dispersa en donde divagaba continuamente y no mantenía un punto claro en sus ideas. Nunca se observó una ilación en sus intervenciones.
Tal vez la improvisación de las organizadoras y ponentes del evento, haya influido en la ruptura continua de ideas que “trataba” de mantener el invitado. Éste, en varias oportunidades, se dejó ver incomodo y ofendido, bien fuera por la complejidad de las preguntas que se le hacía o por el contenido que estas planteaban; sin embargo, la manera en que el mismo respondía, dejaba mucho que desear.
En contadas oportunidades, Osío se mostró soberbio y con una actitud muy cercana a la humillación de las que en algún momento, según sus propias palabras, fueron sus alumnas.
Este comportamiento nos permite apreciar algo formidable. Sin importar cual sea su pasado, muchas personas, al alcanzar cierto prestigio, se ciegan ante lo que, tristemente, en su pequeñez, creen una cuota de poder. ¿Será que Rafael Osío olvidó que, hace varios años, el también se encontró en la posición de las estudiantes?

El olor del tiempo

Como el frágil sonido que arroja el corcho al liberarse de aquel opresor que lo mantenía cautivo desde hace décadas, así, prácticamente, se ha convertido esta experiencia junto a ti. Un dulce aroma que se desprende del sin fondo de aquella botella, evoca el efímero recuerdo de tu azabache caballera sobre cada rincón de mi rostro.
Aquella multitud de sentimientos que no lograron calar, terminaron juntándose, terminaron mezclándose, hasta lograr una masa informe que, lamentablemente, ni tu ni yo lograremos descifrar.
Quizás sea la unión de un racimo siciliano, la fragancia de un cerezo y el tiempo; pero cada aspiración vuelve trémulo mis sentimientos, mientras un ligero e insistente escalofrío surca los vellos de mi nuca evocando tu delicada respiración.
Porque las copas vienen y van, esbozando en mi memoria los recuerdos de tu inocente melodía, esa suave voz que tallaba en mi ser los más delicados sentimientos, mientras cientos, miles, millones de aromas se grababan entre nuestros dedos. Siento el mundo en tu sonrisa, veo la perpetuidad en tu sonrisa; quizás esos momentos, esas melodías, esos aromas queden plasmados en tu recuerdo, en nuestro recuerdo; pero el tacto de aquella dulce fragancia me torturará día tras día.
Ahora, como para aumentar el drama y la melancolía, ha decidido llover. No se si es parte de un malévolo plan, pero el aroma que desprende el vino dejó su dulzura atrás; ha empezado a tomar “un cuerpo escabroso”, dirían muchos catadores de este maldito elixir. Pueden ser las gotas que ahora rozan mi rostro mientras doy pasos temblorosos hacia el final de mi balcón las que tatúan ahora, las que marcarán por siempre la pérdida de tu aroma.
Gotas de agua, gotas de lluvia, gotas de lágrimas que tratan de acariciar, que se empeñan en borrar el dulce aroma que dejó tu negra caballera, que ya no recuerdo tan azabache, en cada rincón de lo que alguna vez llamaste “delicado corazón”.
“Entre más te tengo, más te pierdo”, citaba Gene Kelly en un diálogo de Singing in the rain, mientras un ente purulento se gestaba en el medio de su pecho. Que irónica esta frase y este momento: entre más necesito y deseo estar con ese ser, más lejos quedo de mi persona; con mayor facilidad pierdo el sentido de lo que, en algún momento, fui, de lo que llegué a representar. Nos conocimos cuerdos, nos fundimos en un tiempo insano.
Porque el olor de la lluvia despierta el anhelo de tu sonrisa y de tu voz, el olor de este maldito vino, el de tu cabello; porque el cerezo, la uva, las lágrimas y el recuerdo se juntan en la fragancia que domina y maneja mi eterno presente. A ti te debo el todo, a ti te debo la nada; simplemente dejaré que las fragancias jueguen con este viento frío de invierno; esperando que la próxima primavera se lleve la lluvia, se lleve el alcohol.
Y es que el aroma y el amor terminan siendo lo mismo, un afán de perpetuidad que busca, cuando comienza, hacerse notar; pero a medida que transcurre el tiempo se va perdiendo, se va pudriendo, se va olvidando.

En esta historia no hay romance


Mi interrumpida e inconstante. De pequeña me llevaban con frecuencia a ver obras para niños en teatros paraniños; la mayoría de ellas eran como episodios de series de televisión. Losactores solían bajarse del escenario en algún punto e interactuaban con la audiencia,preguntando cosas o pidiendo la ayuda de algún voluntario. Eso me daba miedo,no obstante me gustaba ir al teatro.

Cuando ya estuve grandecitapara ir a ver Las aventuras de los Power Rangers, dejé de prestarleatención al teatro. En el colegio tenía amigas teatreras y, por supuesto, iba aver sus obras y la pasaba muy bien; pero aún así nunca me llegó a interesarmucho más que el simple hecho de ir a verlas. Participar en alguna obra como lohacían ellas nunca me pasó por la cabeza.

Durante ese tiempo mi relacióncon el teatro no era precisamente romántica. A diferencia de la mayoría de laspersonas involucradas en el teatro, mi epifanía teatral no tuvo nada que vercon mi infancia, ni con mis experiencias escolares, ni con esos años que“supuestamente” son los mejores de tu vida; no, el verdadero detonante de miinterés por ver lo que pasaba sobre las tablas fue un libro que compré a los 16años en un viaje a Europa: un pequeño paperbackcon dos obras de TennesseeWilliams.
El contenido del libro noimporta mucho en esta historia, lo realmente importante es que en esaspáginas leí por primera vez un teatro que me movió alguna fibra, y que tuvo lasuficiente fuerza para hacerme querer verlo sobre un escenario, me abrió losojos al potencial comunicativo del teatro: una comunicación única, honesta,casi tangible, pero obviamente todo un arte difícil de lograr.

Me tocó comenzar a entender elteatro así, de forma aislada y casi hipotética. Ahora me correspondeencontrar sobre las tablas ese valor que encontré en el papel. ¿Existerealmente un teatro más frívolo que otro? Y si existiera ¿importa acaso ladiferencia? Seguramente sí, pero no creo que uno vaya en detrimento del otro.Las posibilidades son infinitas, y queda mucho –muchísimo- teatro por ver.